“Datos bebés”: el poder oculto de la información en la era de la inteligencia artificial y el Big Data
por Gabriele Vestri
“Datos bebés”: el poder oculto de la información en la era de la inteligencia artificial y el Big Data
Según el Reglamento General de Protección de Datos, la Ley Orgánica 3/2018, de 5 de diciembre, de Protección de Datos Personales y garantía de los derechos digitales y así como ha indicado reiteradamente la Agencia Española de Protección de Datos, un dato de carácter personal es cualquier información que identifica o puede identificar directa o indirectamente a una persona física. A título de ejemplo: nombre y apellidos, DNI, NIE, pasaporte, dirección de correo electrónico, si es personal, dirección postal, dirección IP, número de teléfono, origen étnico o racial, opiniones políticas, creencias religiosas o filosóficas, datos de salud, datos biométricos o genéticos, orientación sexual y un largo etc.
Ahora bien, en el mundo digital, estamos acostumbrados a dejar pequeñas huellas en cada actividad que realizamos. Cada vez que navegamos por una página web, hacemos una compra online o usamos una aplicación en nuestro teléfono móvil, compartimos fragmentos de información que, a simple vista, parecen irrelevantes. Estos fragmentos son lo que se han bautizado como “datos bebés”. No son datos personales evidentes, como el nombre completo, dirección o número de teléfono, pero contienen pequeñas piezas de información que, en el contexto adecuado, pueden hablar mucho sobre nosotros. Pensemos, por ejemplo, en el mes en el que nacimos: por ejemplo, abril. Este dato, por sí sólo, no dice mucho. Ahora imaginemos que se añada otro detalle: la persona vives en el código postal 28013. Sigue siendo difícil identificarnos, pero si sumamos que hablas catalán y tienes entre 25 y 30 años, de repente estamos reduciendo el grupo de personas a un número mucho más manejable. En una localidad pequeña, esta combinación de datos podría señalar directamente hacia una persona determinada. Esto es el peligro de los “datos bebés”: su aparente inofensividad. Por separado, no son útiles para identificar a nadie, pero cuando se combinan con otros fragmentos, pueden formar una imagen completa de quién eres.
El mundo digital ha convertido estos “datos bebés” en un recurso valioso. Empresas, gobiernos y hasta ciberdelincuentes saben que cada pequeño detalle cuenta. ¿Qué tipo de teléfono usas? ¿Qué películas prefieres? ¿A qué hora del día navegas por redes sociales? Cada uno de estos datos puede parecer insignificante por sí mismo, pero al juntarlos, se pueden construir perfiles increíblemente detallados. Este fenómeno se ha amplificado con el auge del Big Data y la inteligencia artificial, tecnologías capaces de procesar enormes cantidades de información y encontrar patrones que serían imposibles de detectar manualmente.
Un ejemplo cotidiano de cómo los “datos bebés” pueden usarse está en el marketing digital. Supongamos que compras café descafeinado todos los martes en una tienda online. Aunque este dato no diga directamente quién eres, puede ser suficiente para que un algoritmo deduzca tus hábitos de consumo y te envíe ofertas específicas en determinados días. Pero el riesgo no solo está en la publicidad personalizada. Si esta información cae en manos equivocadas o se combina con datos de otras fuentes, alguien podría averiguar dónde vives, qué haces diariamente y hasta tus intereses más privados.
En el ámbito legal, estos datos presentan un desafío importante. Como hemos señalado, el Reglamento General de Protección de Datos considera que la información que pueda identificar directa o indirectamente a una persona física debe tratarse como dato personal, incluso si el dato individual parece irrelevante. Por eso, los “datos bebés” están en una zona gris: aislados, no son personales, pero su capacidad de combinación los convierte en un riesgo potencial para la privacidad. Las implicaciones éticas también son significativas. ¿Debería permitirse que las empresas recojan estos datos sin nuestro consentimiento explícito? ¿Hasta qué punto somos responsables de las huellas digitales que dejamos sin darnos cuenta? En un mundo hiperconectado, proteger nuestra privacidad ya no consiste solo en ocultar nuestro nombre o número de teléfono. Ahora implica ser conscientes de esos pequeños fragmentos de información que vamos dejando y de cómo pueden ser utilizados para reconstruir nuestra identidad.
En todo esto, la inteligencia artificial tiene una capacidad extraordinaria para procesar y analizar grandes volúmenes de información. Lo que para los humanos puede ser un conjunto de datos inconexos y desordenados, para la IA es una mina de patrones y relaciones ocultas. Gracias a esta habilidad, la IA se ha convertido en una herramienta poderosa para generar la tipología de datos que nos ocupa. Además, la IA no se limita a observar lo evidente. Incluso si no tiene acceso a datos personales directos, puede realizar inferencia de información. Por ejemplo, si detecta que consultas frecuentemente recetas sin gluten, podría deducir que tienes intolerancia al gluten. Si tus compras online siempre ocurren a la misma hora, podría inferir tus horarios de trabajo o descanso. Estas deducciones son posibles gracias a la capacidad de la IA para conectar fragmentos aparentemente desconectados.
La verdadera magia —o preocupación— está en la habilidad de la IA para combinar datos aparentemente irrelevantes y construir un perfil detallado. Supongamos que la IA analiza tus hábitos de consumo: frecuencia de compras, montos gastados y preferencias de productos. Si a esto añade datos de geolocalización y horarios, podría deducir dónde vives, trabajas o pasas tus tardes de ocio, todo sin necesidad de tener tu nombre o dirección. Un aspecto inquietante es la capacidad de re-identificar datos anonimizados. Por ejemplo, una base de datos que registra hábitos de transporte puede estar anonimizada. Sin embargo, si la IA cruza esta información con datos de geolocalización pública, como eventos deportivos o conciertos, podría identificar patrones únicos que coinciden con tu comportamiento. Así, lo que parecía seguro deja de serlo.
A su vez, el análisis de texto mediante procesamiento del lenguaje natural (NLP) también entra en juego. La IA puede analizar comentarios que dejas en redes sociales, reseñas de productos o incluso mensajes que envías. Si hablas de una experiencia reciente en un restaurante, la IA puede deducir tus gustos culinarios. Si mencionas síntomas de una enfermedad, podría identificar posibles problemas de salud. Incluso las imágenes que compartes pueden ser utilizadas. Mediante reconocimiento de imágenes y vídeos, la IA puede analizar una foto y extraer información como la ubicación donde fue tomada, basándose en el fondo o en etiquetas geográficas. También puede interpretar detalles de tu estilo de vida, tus intereses o incluso tu estado emocional. La IA puede analizar las redes sociales para entender tus conexiones y relaciones. Al estudiar tus amigos, los intereses que compartes con ellos y la frecuencia de tus interacciones, la IA puede inferir relaciones personales o profesionales. También puede identificar los temas que más te interesan y hasta tus posibles afinidades políticas o ideológicas.
En definitiva, se trata de un perfilado indirecto. De alguna manera el Reglamento Europeo de IA (RIA) ha querido ocuparse del perfilado sin embargo, no lo hace quizá considerando las cuestiones tratadas en este estudio. Por ejemplo, el art. 5 c) del RIA (Prácticas de IA prohibidas), establece la prohibición de introducir en el mercado la puesta en servicio o la utilización de sistemas de IA para evaluar o clasificar a personas físicas o a colectivos de personas durante un período determinado de tiempo atendiendo a su comportamiento social o a características personales o de su personalidad conocidas, inferidas o predichas. Por etas razones, es fundamental que todos, tanto individuos como organizaciones, tratemos estos datos con la seriedad que merecen. Las empresas deben implementar sistemas de anonimización y respetar los principios de minimización de datos: solo recoger lo necesario y evitar acumular información que pueda ser explotada. Los ciudadanos, por su parte, debemos ser conscientes de las herramientas a nuestra disposición, como configuraciones de privacidad, VPNs y bloqueadores de rastreo, para protegernos en un entorno digital cada vez más complejo.
En mi opinión, los “datos bebés” son una advertencia silenciosa sobre los riesgos que conlleva la era de la información. Nos enseñan que la privacidad no solo depende de proteger los datos más evidentes, sino también de comprender cómo pequeñas piezas aparentemente insignificantes pueden unirse para desvelar mucho más de lo que imaginamos. Porque en un mundo donde todo está conectado, incluso los detalles más pequeños cuentan.